El proceso electoral, que Ecuador vivió el pasado 5 de febrero, dejó más dudas que certezas. En principio, el panorama lucía complejo. Sin embargo, sus resultados han enrarecido el clima político. ¿Por qué? Este artículo plantea algunas ideas para comprender el regreso del correísmo a nivel territorial.
En la mencionada jornada se eligieron varias dignidades locales: alcaldes, prefectos, concejales y juntas parroquiales. De igual forma fueron electos los siete representantes al Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS). Estos candidatos concursaron con reglas propias para su promoción.
Por otro lado, el presidente Guillermo Lasso había llamado a una consulta popular el mismo día de las elecciones subnacionales. Las preguntas eran enmiendas a la constitución de 2008 (vigente). Así, el Ejecutivo preguntó a la ciudadanía su decisión sobre ocho temas importantes. Estos fueron: viabilizar el mecanismo de extradición, disminuir el número de asambleístas nacionales (de 137 a 120), generar un registro de afiliados de movimientos políticos, generar un sistema de pagos por servicios ambientales, entre otros. El oficialismo hizo campaña por el sí. Aunque el resultado fue negativo en todas las preguntas.
En un país con más de 280 movimientos y partidos políticos inscritos formalmente, y más de 120 participando en estas elecciones, llevar un proceso electoral, sin fallas, planteaba desafíos enormes para todos los actores involucrados. A decir de la autoridad electoral, se estima que corrieron alrededor de 60.000 candidatos. Por lo tanto, la organización del proceso se transformó en una tarea enorme, más aún, debido a la alta fragmentación política. La transparencia de las elecciones era una condición sine qua non que había que mantener, de principio a fin.
No obstante, la dura realidad política que reina en el Ecuador no deja de pasar factura. Los problemas sistémicos han terminado por empañar las elecciones. ¿Cuáles son? La falta de consensos de los actores políticos, la debilidad de un gobierno que se debate entre denuncias de corrupción y su poca habilidad para comunicar sus logros, partidos políticos que apuestan a las elecciones para revivir cada cuatro años y una institucionalidad electoral débil. Todos estos problemas han convergido alrededor de las elecciones, y han sumido al país en un caos.
Los resultados de las elecciones mostraron un triunfo de los candidatos de la Revolución Ciudadana, el partido de Rafael Correa. Especialmente en las alcaldías y prefecturas de Quito y Guayaquil y otras pocas a nivel nacional. Estos datos sorprendieron y terminaron siendo consistentes con los bajos números de popularidad del oficialismo.] Además, la pobre gestión de las autoridades subnacionales salientes, provocó que la ciudadanía apostara a los «malos conocidos».
Un factor que sin duda abonó a esto fue la falta de voluntad de unión por parte de los liderazgos de distintas tendencias ubicadas del centro hacia la derecha. En un esfuerzo sin precedentes, por tratar de unificar candidaturas, varias veces se estuvo a punto de tener acuerdos políticos que viabilizarían un camino de unidad. Al final, primó el personalismo. Esta experiencia es la prueba plena de que la política necesita renovarse con liderazgos que piensen al país de una forma distinta.
La consulta popular generó expectativas positivas debido a su contenido, diseñado para reivindicar las preocupaciones de la sociedad: seguridad; medio ambiente, reforma de los partidos, etc. Las encuestadoras diagnosticaron resultados favorables. Incluso se mostraron porcentajes de aceptación de casi 75%. Con esa idea en mente, el pueblo fue a votar. Llegados los resultados, el segmento más informado de la población observaría estupefacto que el referéndum se había perdido en su totalidad.
A partir de ese momento, surgieron dudas sobre la transparencia del proceso electoral. Estas se fortalecen conforme pasan los días. El vicepresidente de la autoridad electoral, Enrique Pita, denunció una posible infiltración en su sistema informático. Refirió la existencia de centros de conteo de votos paralelos, y dispuso un reconteo voto a voto, en medio de las dudas generalizadas sobre la credibilidad del sistema.
Así las cosas, y mientras se dilucidan conclusiones sobre los resultados, quedan algunas certezas:
- No se tomaron en cuenta cuidados para garantizar un sistema informático a prueba de manipulación.
- Producto de lo anterior, el país está sumido en un ambiente de duda y desconcierto. La institucionalidad quedó debilitada.
- Revolución Ciudadana afronta un proceso de recomposición. No se sabe si con este triunfo va a poder librarse de la presencia pro violenta de su líder o si instituirá una práctica democrática de apego a las instituciones.
- Diversos liderazgos políticos quedan muy mal parados y surge en la población una urgencia de figuras distintas.
- La gestión del presidente Lasso sigue siendo golpeada en su credibilidad y aptitud para gobernar. El Ejecutivo tendrá que ser muy creativo para recomponerse de esta mala racha. Urge un replanteo de su forma de gobernar, y, sobre todo, es fundamental que regrese a ver a la ciudadanía y plantee una agenda más social orientada a las bases.
- El país requiere una reforma al sistema de partidos, como una forma de viabilizar el ejercicio de la política de forma profesional y con ánimo de servicio.
- El hartazgo social es más visible. Esta vez, empiezan a surgir nuevas propuestas de intervención a través de la organización ciudadana que se siente «traicionada» por los políticos, pero quiere defender la democracia participativa y pacífica.
Las elecciones en el Ecuador traen varias lecciones para la democracia. Son un espejo en el que pueden verse algunos sistemas de América Latina. Para incorporar su aprendizaje se debe superar el momento de caos y desconcierto que vive el país.